Las emociones son estados afectivos que experimentamos. Reacciones subjetivas al ambiente que vienen acompañadas de cambios orgánicos -fisiológicos y endocrinos- de origen innato. La experiencia juega un papel fundamenta en la vivencia de cada emoción. Se trata de un estado que sobreviene, súbita y bruscamente, en forma de crisis más o menos violentas y más o menos pasajeras.
Cada persona experimenta una emoción de forma particular, dependiendo de sus experiencias anteriores, su aprendizaje y de la situación concreta. Algunas de las reacciones fisiológicas y comportamentales que desencadenan las emociones son innatas, mientras que otras pueden adquirirse. Unas se aprenden por experiencia directa, como el miedo o la ira, pero la mayoría de las veces se aprende por observación de las personas de nuestro entorno, de ahí la importancia de los padres y los profesores como modelo ante sus hijos y alumnos.
Cada emoción tiene una configuración en el rostro. De acuerdo con este especialista, los movimientos duran muy poco, desde una fracción de segundo, y se producen además cuando una persona oculta una emoción o sentimiento como la ira, el disgusto, desprecio, felicidad, miedo, tristeza y sorpresa.
Analizar las microexpresiones es bastante útil, por ejemplo, cuando el objetivo es detectar mentiras en los colaboradores de una empresa. Un profesional que domine la observación y el reconocimiento puede potenciar su capacidad de empatía, sus relaciones y habilidades sociales, la inteligencia emocional y puede manejar mejor sus propias emociones.
El análisis de las microexpresiones se lleva a cabo, en niveles generales, tras la observación de distintos gestos. Estos son los más comunes:
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